Laura Baeza muestra una realidad que desgraciadamente todavía sucede en el país. Un relato crudo es lo que se encontrarán las y los lectores gracias que narra cómo era la venta de mujeres en estados del país y hace alusión a ese desinterés de búsqueda y ayuda. Quien lea este libro va a conocer los personajes, sus historias y las decisiones que toman a causa de la falta de oportunidades, pero que al ver que eso determina su terrible futuro, se dan cuenta de que ya no hay vuelta atrás. El lugar de la herida Lucero es una adolescente que lucha por ser reconocida por su mamá, siempre sufre de maltratos por todos y su única escapatoria es el taller de corte y confección. Mientras se desenvuelve más la novela (Alfaguara) uno conoce con quién se junta, sus gustos y su futuro. Sin embargo, todo cambia cuando llega su nueva compañera. Se debe a que es más lista y Lucero solo se junta con ella por lástima, por llegar tarde a las clases y porque quiere imitarla en todo lo que hace. En la segunda voz se presenta Dolores, una madre que perdió a su hija y compañera de Lucero. Vive una agonía y pasa por todas las adversidades de un sistema judicial quebrado, que hace al lector partícipe de la fechoría y uno se siente mal por no poder hacer nada al ver la trata de personas. Una voz con miedo que busca justicia Cuando Laura escribió el libro lo hizo con todas las ganas de sacar lo que tenía adentro. Y al verlo publicado sentía miedo de su propia historia, “porque no es una historia sencilla”. “Mostrar algo así es bastante complicado, sin embargo, yo lo consideraba necesario. Viene de acontecimientos basados de la vida real”, cuenta para Radio Fórmula Digital. En entrevista con esta casa editorial, Laura Baeza se sinceró y no nada más explicó lo difícil que puede ser para las mujeres y el hecho de que sean víctima de trata de personas, las madres sufren señalamientos en su ambiente laboral, familiar y social. “Todos sabemos o conocemos situaciones que tienen que ver con estas puertas cerradas y tener ese panorama tan terrible y horroroso, de una realidad muy cercana y cotidiana, me hacía pensar todo el tiempo ¿cómo presentar una historia así?”, explica. Buscaba la manera de nombrarlo sin tener que victimizarlo o revictimizar, pero el problema de ello era darle esa voz al personaje y no dar juicios de valor, pues el lector sería el único que tuviera una opinión al respecto. “Cada vez se hacía más complejo porque estamos acostumbrados (yo también vengo de eso) a juzgar y decir que si estabas ahí era lógico”. “Pensar en esta historia me llevó a cuestionarme mis ideas y la forma que fui educada y que sí, me convertí en adulta con prejuicios y quizá poco a poco he ido despejando a algunos, pero esto no es una deconstrucción total, sino que se va construyendo todos los días”, detalló. Pero no nada más se ve la violencia que hay del hombre a la mujer, también está esas inseguridades que lleva a que una mujer no pueda confiar en otra, tanto así que muestra como Lucero y Nancy cambian su comportamiento y terminan mal. “¿De qué forma como sociedad y como individuo somos partícipes de muchas dinámicas de violencia y cuando hemos decidido tomar parte, únicamente porque no nos corresponde?”, se pregunta. El problema no nada más es para uno, es de un pueblo que llega a tener trata de personas, abuso a las mujeres, niños, violencia a los hombres y esto se debe al sistema que se va perfeccionando, pues esos mecanismos para hacer daño al otro “están muy bien pensados”. Todos los personajes tienen una participación, desde la parte activa con los jóvenes con los que se juntan, hasta la pasiva, como la directora, que hace señalamientos y no deja que nadie participe en el problema. “Si volteamos a ver la cantidad de delitos y ver cuáles se denuncian, a veces no denunciamos porque nos encontramos una y otra vez con esas puertas cerradas”. Lo peor, es que son escenarios que uno puede ver a diario, porque estos son parte de una sociedad que transitan en estos lugares comunes y eso es lo terrible. “Estas historias son novelas de horror, sin necesidad de maldiciones, ni de casas embrujadas, porque el horror que nos produce más miedo es el cotidiano, el que podemos identificar en las dinámicas de pareja o sociales, es el que me mantiene alerta todo el tiempo”, expresa. En cuanto a los derechos de las mujeres, se tiene conciencia que ha habido bastante evolución, a comparación de años atrás, pero Laura hace referencia que todavía se debe de trabajar más. “En 20 años hemos hecho muchísimo de forma individual, colectiva y también como sociedad, pero ese muchísimo aún se queda corto de tantas amenazas de todo tipo. Estamos en un momento importante, difícil, pero hay que abrir los ojos y ver otras realidades”. “Esta no es una novela complaciente porque no hay una realidad complaciente, pero si es una novela que quienes hemos estado mucho tiempo en nuestra zona de confort, nos propone a ver a los lados y darnos cuenta de que también convivimos con todo eso”, finalizó. Navegación de entradas Alfaguara cumple ¡60 años! Un ‘vistazo’ a su legado editorial y testimonio de la literatura In-Diferente: los diseños inspirados en móviles de Huawei